Noé Farrera Morales

En estos días vi dos denuncias en las redes sociales en donde se señalaba, con cierto malestar, el rol de los jóvenes que hacen grafiti. La inconformidad rayó y caló hondo porque los autores de estas pintas rayaron dos murales en el barrio San Roque. Y entiendo, hasta cierto punto, el malestar de quien denuncia porque le han invertido en materia prima, aunque sigan explotando el trabajo de los artistas locales y reduciéndolos a maquillar ciertas zonas, sin que en el fondo haya un cambio real en las conciencias.
Los grafitis o las pintas, o lo que vandalizaron, en cambio, sí cumplieron con su rol. Sí cumplieron con su cometido. Porque una de las intenciones del grafiti es la trasgresión, es decir: mostrar que hay diferentes condiciones humanas, que lo barrios bajos tienen también su forma en cómo los jóvenes se manifiestan contra este sistema opresor en el que vivimos inmersos. Y no sólo lo hacen desde las pintas, sino también con el baile o el canto. El primero con movimientos que retoman algunos pasos del rap y se funden con el break dance o el hip-hop; el segundo, a través de un juego de palabras donde van formando rimas y hacen uso de métrica, en ocasiones de forma involuntaria.
Quizá, pienso, la molestia de quienes denuncian raya en el tema de que pintaron un mural que decía Jamachulel, y que tenía su coqueteo y su inclinación hacia el tema de este gobierno que se avecina, en donde todos quieren quedar bien. Y es acá donde la contracultura se erige: el grafiti ha mostrado con esas pintas, con las firmas de los grafiteros, que no comulgan con el arte por encargo. Es decir, que están en contra de hacer un trabajo por un costo y apegarse a trazar indígenas, emblemas de Chiapas, símbolos, y apuestan a la desromantización de todo para mostrar una realidad que es muy superficial y que dista de la realidad en la que vivimos.
En Péndulo de Chiapas siempre hemos creído en todas las manifestaciones artísticas y respetamos profundamente a las juventudes que se han encargado de estar vigente y pintando sus espacios. Para mí el grafiti sí es arte. Y lo digo porque toda manifestación, de la índole que sea, tiene entre manos un objetivo claro y puro: trasgredir y provocar algo en quien la percibe. Los grafiteros que intervinieron los murales lograron hacer que esa molestia, ese malestar renaciera, y por ende pusieran en la mesa el tema que, incluso, me ha llevado a redactar esta columna de opinión.
Si uno de los puntos de partida de los jóvenes que se dedican al grafiti es marcar los territorios, intervenir espacios y alterar, en parte el orden, el objetivo buscado en el barrio San Roque cumplió con todo su cometido. Yo sí creo que los jóvenes que tiran líneas con un bote hacen un trabajo espectacular. Claro, hay niveles como lo hay en todo. Hay quienes ya dedican ese arte de impulso y de contracultura, de choque sociocultural, como un mecanismo para reproducir imágenes, y perdieron su esencia de grafiteros.
Pero quienes en verdad pintan e intervienen muros, fachadas, tiendas, cortinas, para expresarse, y que siguen estando vigentes en el estado, son y serán siempre jóvenes valientes. ¿De qué otra forma se les puede llamar a esa edad a quienes este país les ha quitado todo y los ha recibido con una deuda externa? No, los grafiteros no son delincuentes, son artistas que están buscando trasgredir con las normas, generar un malestar que lleve al centro del tela la discusión verdadera de sobre qué necesitan los artistas en el estado.
Yo mismo he vivido el tema de los grafitis, pero entiendo que todos tuvimos alguna vez 15 años y nos sentimos subversivos, creímos en la revolución como un modo de transformar la realidad que se agolpa frente a nosotros y hasta soñamos con tomar las armas para cambiar la realidad del país. Todos alguna vez nos sentimos héroes y violentar las normas fueron los ideales que nos motivaron a ser. Es natural y es parte de la edad, y parte de estas nuevas generaciones que no se sienten identificadas ni con ninguna identidad y que debería ser un punto de discusión importante.
Quienes hacen grafiti no lo hacen porque sean malvivientes, como dijeron algunos en los comentarios del Facebook. Son, sí, personas que no se adaptan a esta hecatombe social, económica, política, religiosa y deshumanizada en la que estamos inmersos todos y que nos consume de forma terrible. No se cuadran con este fenómeno de globalización que es un animal que corroe lo que toca.
Más que enojos o corajes, celebremos juntos que las juventudes se siguen expresando, siguen interviniendo lo convencional y elevando su voz, de diferentes formas, y siguen siendo subversivos. Es justo y es necesario en estos tiempos. Ya lo dice el refrán: ser joven y no ser revolucionario es por sí mismo una contradicción. Nos leemos el lunes.
Anclaje
Felicito a mi amigo César Trujillo, el escritor y analista chiapaneco, porque forma parte de la memoria 50 de la Unach. César es un amigo al que aprecio desde hace tiempo y a quien conocí allá por el 2012. Nos une el amor por los libros y por las ciencias políticas, por analizar los temas y discutir sobre todo. Celebro que la universidad muestre una pequeña parte del gran ser humano que es mi amigo, a quien vale mucho la pena leer. ¡Enhorabuena!

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