Carlos Coutiño
El Arzobispo de la Arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez, José Francisco González González, invitó a todas las personas de buena voluntad a seguir orando por la paz en el mundo; particularmente ahora que han escalado las tensiones entre Israel e Irán.
Al término de la Misa de medio día en Catedral, recordó las palabras del Papa León XIV, que ha dicho que el compromiso de construir un mundo más seguro, libre de la amenaza nuclear, “debe perseguirse mediante encuentros respetuosos y un diálogo sincero, para construir una paz duradera, fundada en la justicia, la fraternidad y el bien común”.
También dijo que “nadie debe jamás amenazar la existencia de otro”. No nos cansemos de orar a Dios, apoyando la causa de la paz; pidamos que se busquen caminos de reconciliación y se promuevan soluciones que garanticen la seguridad y la dignidad de todos, insistió en la rueda de prensa.
Abortó el tema de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, un misterio central de nuestra fe que nos revela a Dios no como un ser solitario, sino como una comunidad perfecta de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad profunda es un dogma teológico, y nos representa una inspiración fundamental para comprender y vivir la fraternidad humana, a la que estamos llamados.
La Trinidad nos muestra que el ser de Dios es relación. El Padre ama al Hijo, el Hijo corresponde ese amor, y de esa relación de amor surge el Espíritu Santo. Esta dinámica de donación, comunión y reciprocidad es el modelo más excelso de lo que significa ser y vivir en relación. Si Dios mismo es comunión, entonces nosotros, creados a su imagen y semejanza, estamos llamados a reflejar esa misma realidad en nuestras vidas y en nuestras interacciones con los demás.
¿Cómo se traduce esta verdad trinitaria en la práctica de la fraternidad humana? Yo quiero compartir cuatro pistas que se convierten en exhortaciones. Unidad en la diversidad: La Trinidad nos enseña que la unidad no anula la diversidad, sino que la enriquece.
Cada persona divina es distinta, pero están perfectamente unidas en su ser y propósito. De igual manera, la fraternidad humana nos invita a reconocer y valorar la riqueza de nuestras diferencias –culturales, étnicas, sociales, de pensamiento– como un camino hacia una unidad más profunda, no hacia la uniformidad.