Noé Farrera Morales
¡Hasta pronto, Adelita!
Despierto dando gracias a Dios siempre por lo que nos da y lo que no. Despierto antes que el sol caiga, antes que el bullicio de esta bendita ciudad y su calor nos agobien. Despierto y bebo el primer sorbo de café, y reviso, como desde hace más de cuatro décadas, la prensa local y nacional. Despierto y tengo una sensación de resaca, de dolor de cabeza y de agitación, y no sé ya si es por la edad o porque el destino tiene sus formas de tocarnos el corazón y ponernos sobre aviso. Algo no me tiene en paz el día de hoy. Tengo un día bastante ocupado, como siempre, pero algo no me tiene tranquilo. Y me siento como pesado, como aletargado. Y entonces, recibo una llamada. Una voz entrecortada me anuncia que Adelita, mi hermana, mi hermanita, ha trascendido ya al plano celestial. Siento esa especie de óxido que se forma en la boca y la saliva cuando alguna mala noticia llega a botepronto, la siento caminar por mis manos como un breve hormigueo y un silencio me oprime la voz. Con el temple firme, escucho todo lo que me dicen. Cuelgo el teléfono despacio. Es como estar fuera del plano por instantes. Mi señora esposa intuye que algo no está bien y me pregunta. Duro y hosco, como nos enseña la vida que tenemos que ser en tiempos difíciles, como nos enseñaron siempre, doy la noticia sobre mi hermanita. Llega el llanto de la familia, los abrazos, el pésame y de pronto, sin saber cómo, siento que la casa se hace más grande otra vez. Más grande y sola. Más silenciosa, pese a que ya la vida habitual ha comenzado su marcha.
Qué manera de la bendita muerte de llamar en jueves, Adelita, en la antesala de la Semana Santa, en estas fechas que acostumbramos con respeto guardar luto por la muerte de nuestro señor Jesucristo, tal y como nos enseñaron nuestros padres; qué manera de meter su abrazo frío en nosotros y dejarnos, siempre, un tantito más huérfanos, de dejarnos a Javier y a mí acá en esta bendita tierra, en este bendito espacio, con el corazón partido en pedazos y sin tu risa, sin tus regaños, sin tus consejos y mimos. Y sin saber qué decir o hacer, cancelo algunos pendientes, pido una esquela, y me comunico con algunos amigos. El teléfono empieza a sonar. Pero es como si el sonido viniera de lejos, de otra dimensión. Respondo algunas veces y otras me quedo mirando al jardín en donde bebíamos café. Y heme ahora acá, vertiendo estas líneas, estas palabras que siento que carecen de todo sentido, pero que tengo la necesidad de vaciar un poco para este cántaro de penas que soy en estos momentos. Porque uno no está preparado para despedir a los seres que ama, porque uno siempre piensa que seremos eternos y posterga los cafés, las visitas, las llamadas. Porque uno siempre piensa que los demás, o nosotros mismos, estaremos ahí como seres eternos, y entonces la vida misma nos golpea en seco y nos muestra que estamos equivocados, que la vida es un guiño y que la muerte, aunque ha llegado en otras ocasiones, sigue siendo el pan más amargo de la vida.
¿Qué carajo haremos ahora sin ti, Adelita?, ¿con quién hablaremos de nuestros padres, de los recuerdos que tenías bordados en la memoria de forma tan clara, de las historias tan nuestras de cuando éramos niños, de las anécdotas?, ¿por qué tú, Adelita?, ¿por qué nos dejas con estas ganas terribles de abrazarte?, ¿por qué con este saber que ya no podremos convocarnos para las fechas importantes? Tengo un dolor tan agudo que se mete como espina de toro en mi pecho. Y quisiera tener esa fuerza que en ocasiones mostramos, aunque nos estemos desmoronando, quisiera, en verdad que sí, pero es tan complejo, tan difícil. Y sé que no te gustaría verme en estas condiciones, pero cómo le explico a mi corazón que se debe despedir, que este tiempo de silencios y de movernos para que se cumpla tu última voluntad es tan largo y el tiempo parece caerse, desdoblarse como en un cuadro de Salvador Dalí.
¡Hasta siempre, Adelita! Estoy seguro que el cielo está de fiesta y que ahora te encuentras con nuestros padres y nuestra hermanita, con todos los amigos que se adelantaron y con todos aquellos que coincidimos en esta vida. Siempre serás esa luz que nos dio esperanza y siempre tendré para ti mi agradecimiento eterno por todo el cariño brindado. Dios te bendiga siempre, Adelita, ya tendremos, cuando el Padre lo diga y decida, la oportunidad de darnos el abrazo esperado y de poder seguir riéndonos de todo. Me toca ahora saberme un poco más solo y tomar el teléfono para avisar a quienes viven lejos de acá, a quienes como mi Perlita habitan otro continente, que tú, hermanita linda, has trascendido y que nos toca elevar una oración, elevar un rezo, una plegaria, para tu eterno descanso y nuestra pronta resignación.
Anclaje
Bendice a los que lloran, Dios eterno,
con el consuelo de tu amor
para que puedan afrontar
cada nuevo día con esperanza
y la certeza de que nada
puede destruir el bien que se les ha dado.
Que sus recuerdos sean alegres,
sus días enriquecidos con amistad
y sus vidas rodeadas de tu amor.
¡Amén!