Quién es Quien

Otras realidades Con la voz cansada

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Noé Farrera Morales

Otras realidades
Con la voz cansada, bajo el calor que azota siempre a esta ciudad, doña Antonia y doña Carmelita pasan casa por casa en el norte poniente de Tuxtla Gutiérrez vendiendo sus productos. Recorren colonias y barrios. Vienen desde La Pomarrosa y Albania Alta hasta Terán, respectivamente, en busca del pan para sus hijos y nietos. No hay tregua para ellas ni día de descanso como lo pide Dios. No hay cómo quedarse en casa cuando el hambre rasga con sus filosas uñas todo lo que puede. Con un pedazo de tela se cubren parte del rostro. Con otro trapo se limpian el sudor de la frente y se secan las manos que se lavan antes de entregar lo que venden. Es el único escudo que pueden portar, y con el que avanzan anunciando en voz alta lo que traen bajo la esperanza de que la empatía alcance a algunos y las ayuden. Aunque la mayoría no se molesta ni en abrir las casas o en responder, me cuentan con un esbozo de sonrisa.
Pocas casas les abren las puertas y las atienden como antes, repiten. Algunos les brindan un vaso con agua y una breve charla, antes de seguir la ruta; otros, desde dentro, sin abrir las puertas o ventanas, agradecen la oferta. Es ahí donde la indiferencia en ocasiones les gana, donde quisieran haber nacido en otro sitio, bajo otras condiciones, me dicen, y cuentan de sus nietos a los que tienen en las escuelas y esperan sean la esperanza de la familia y de mejorar el estatus. En diferentes días y a diferentes horas, bajo las lenguas furiosas del sol, caminan con sus más de 50 años y el paso aletargado buscando vender algo que les permita llevar sustento a sus hogares. Viven solas, con sus hijos que trabajan en el campo o sus nietos. Eligieron esa ruta antes de seguir soportando los malos tratos de sus parejas. Las golpeaban cuando llegaban alcoholizados, embrutecidos por esa terrible enfermedad.
Ellas no son parte del privilegio de quedarse en casa o de llegar a una oficina. Son quienes deben salir con el Jesús en la boca, con la encomienda del Creador para que las cuide en su camino tal y como lo hicieron en pandemia, rezando por no contagiarse y ahí sí vendían. La mayoría estaba en casa, recuerdan. Son la otra realidad, la de la responsabilidad que pesa sobre sus hombros, la de la lucha diaria que nos rompe la voz a quienes tenemos la fortuna de tenerlo todo. “Las ventas han bajado bastante”, me cuentan. Pese a ello, a ninguna se le ha borrado la sonrisa. “Dios aprieta pero no ahorca, joven, siempre es así”, repiten con una fe que ya quisiera yo tener cuando entro en dificultades. Y bromean con el tema de la pandemia, aunque en el fondo se les nota el cansancio y hasta el temor por este panorama que vemos.
Hace unas semanas les ofrecieron un crédito del gobierno federal. A la palabra, les dijeron. “Son como 25 mil pesos y es para pagar en tres años”, me han dicho cuando se detienen afuera de la casa, bajo la sombra de los árboles que cubren la banqueta y me preguntan si creo que es verdad, si no es una broma de mal gusto, si no se trata de esas extorsiones que anuncian en la tele, si pueden aceptar. Es cierto, les respondo. Deben llamarlas por teléfono conforme al padrón del censo de Bienestar, pero debe ser así y no solo que entreguen su INE o acabarán inscritas al Verde, les digo. Sonríen. Tienen algunas dudas y miedo. Ya las han timado en años anteriores: les han prometido tanto que están acostumbradas a que nada pase, pienso.

A una de ellas le hablaron por teléfono y es probable que esa ayuda le llegue. Doña Antonia sonríe y cuando le pregunto del tema me cuenta que no usa celular ni tiene cómo la localicen. “Ahora que no alcanza ni para las combis, allá en la colonia me voy a quedar. Lo bueno es que tengo harta pepita de calabaza y maíz para hacer tortillas. Mis muchachos (sus nietos) no tienen trabajo porque quitaron a los que llenaban bolsas en el súper y ahí salía un poquito más”. Cuenta que su hija se fue a buscar mejor suerte a Cancún. En un inicio le mandaba algo de dinero, luego sólo una carta donde avisaba que se iba a los Estados Unidos y la promesa de comunicarse y enviarle dólares en cuanto estuviese establecida. De eso ya hace dos años y no sabe nada más de ella.
Como ellas, miles de chiapanecos se encuentran en la indefensión. Hombres y mujeres que la pandemia les pasó encima y vieron todo como un mal sueño, un mal augurio del tiempo y ahora que todo retorna a la normalidad tampoco ven claro. Hace apenas unos días, con la voz entrecortada, me cuenta doña Antonia, un vecino le preguntaba por teléfono si tenía trabajo para él vendiendo pepita. “Lo mandé traer y le di un kilo de pepita molida y un bonche de tortillas”, me dice mientras acomoda todo en la cubeta. “Para todos da Dios. Esto va a pasar”, me dice antes de partir.
No sé qué decir y siento un nudo en la garganta. Sólo quienes hemos vivido la pobreza, quienes sabemos qué es pasar hambre, supongo, podemos desprendernos de algo aún en tiempos difíciles. Ojalá, como ella dice, esto pase pronto. Nos leemos mañana.

Anclaje
Cómo se le da esperanza a quien camina las calles, cómo se le da esperanza, a quien sobrevive al hambre.
Somos muy afortunados, y nos quejamos de todo, muchos sí necesitamos un nuestro baño de lodo.

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