¿Quién es quién?
De remedo de arquitecto, Jorge Betancourt Esponda pasó a ser un prominente ganadero, propietario de ranchos y grandes extensiones de tierra en el municipio de Jiquipilas.
No tenía más que la buena herencia de sus padres plasmada en los apellidos, pero un golpe de bragueta, lo llevó a convertirse en director de Obras del municipio de Tecpatán, lugar desde el que, cobijado en su papel de primera persona de la exalcaldesa, Paty Conde, saqueó a diestra y siniestra los recursos de erario público que luego, astutamente, invirtió en la mafiosa campaña de Manuel Velasco Coello, a quien coronó y sirvió como el santo de su máxima devoción durante seis siniestros años para la vida pública de Chiapas.
La relación Velasco-Betancourt pasó por el desvío indiscriminado de los recursos destinados a la infraestructura física de las escuelas de la entidad, a través de constructoras a las que el señor de Santa Martha beneficiaba para luego recibir jugosos diezmos, con los que se continuó alimentando estructuras del Partido Verde capaces de comprar voluntades e imponer a través de la violencia política, a candidatas y candidatos cuya misión fundamental, fue enterrar la vida democrática de los municipios, con prácticas arbitrarias y esquemas de negocios de muy bajos principios.
Luego, desde la Secretaría de Infraestructura del gobierno del estado, Betancourt siguió haciendo de las suyas. Son sabidos y documentados los delitos de cohecho y provecho con los que se tituló en una ufana carrera de abusos y saqueos en el servicio público, durante seis catastróficos años para los municipios de Chiapas.
En el proceso electoral del 2018, Betancourt Esponda intentó asegurar el fuero legislativo y se autofinanció una campaña como candidato a la diputación federal por el distrito diez con sede en Villaflores, abanderado por la alianza PRI-Verde, pero la perdió.
Hay cosas que el dinero no puede comprar. Y la mala reputación y el hartazgo a su soberbia y abuso de poder, le cobraron caras sus propias facturas. Perdió. Perdió ante un candidato que no hizo más que registrarse como la otra opción y ganó. La gente se encargó del resto, ni siquiera fue Enrique Farrera. Fue por él, Betancourt, quien por sí solo forjó su derrota.
Entonces, Betancourt debería estar más ocupado en limpiar su manchado nombre y no en pretender controlar la vida política de Jiquipilas y otros municipios desde sus amagues e imposiciones en el Partido Verde. No debe subestimar la capacidad de la Auditoría Superior de la Federación, de la Fiscalía General de la República y de la propia Unidad de Inteligencia Financiera para concluir lo ya iniciado en su contra.
Él y sus aliados como el propio alcalde Jiquipilas, Carlos Calvo, saben que meter las manos en los procesos electorales no les ayuda en nada. Su injerencia agrava y engrosa las carpetas que yacen por ahí y que reúnen graves delitos vinculados al mal ejercicio del servicio público y a cantidades onerosas de dinero cuyo origen no tienen forma de comprobar.
Lo más inteligente sería escuchar las voces que les están advirtiendo un posible escenario en el que el esquema tradicional de compra de votos y chantajes, no tendrá los mismos efectos que en el pasado, sobre todo porque ahora hay otros actores políticos dentro de Jiquipilas que traen lo suyo, que cuentan con sus propias relaciones de poder, que tienen un capital y talento político propia y, en consecuencia, no necesitan de su permiso para entrarle a las contiendas.
Que no se olviden que son responsables de lo que pasa en dicho municipio. Son directamente responsables de la gobernabilidad o la ingobernabilidad a la que conduzcan a los sectores sociales. Son los responsables de entregar buenas o malas cuentas al gobierno estatal y al de la República. Carlos Calvo por ser la figura constitucional del poder municipal, y Jorge Betancourt por andarse metiendo donde no debiera, ocupado debería de estar, como ya lo dije, en buscar a forma de comprobar el origen de los miles de millones lavados y llevados a su bolsa y con los cuales, hoy presume una investidura de demacrado poder e impunidad.
+ANCLAJE:
John le Carré, maestro de la novela de espías, murió el pasado sábado a los 89 años. El autor de ‘La casa Rusia’, que trabajó en los servicios secretos británicos, vendió millones de libros con tramas de misterio cargadas de un sentido ético. La vida de Le Carré fue tan apasionante como sus numerosas novelas, en las que combinaba una destreza literaria inmensa para presentar el complicado, enigmático y turbio mundo del espionaje junto con una fortaleza moral que cautivó a millones de lectores de todo el mundo.