Hugo Antonio Gamboa Grajales
A partir de mis catorce años de edad empecé a tomar el hábito de lectura como una forma de vida
y no una parte de ella; siempre me conmovió el pensamiento de grandes filósofos de Grecia y los
axiomas que compartían, pero en ese momento no me iba a poner a estudiar La República de
Platón, pero si leí Filosofía para Principiantes de Rius y que considero una gran obra, pues, te
desglosa temas muy grandes de una forma muy sencilla y característica del escritor. No tenía idea
de una palabra que estaba en el libro que era “nihilismo”. Lo busque en internet y me quede
sorprendido por la gran filosofía que llevaba esa palabra, y que poco a poco me sentí identificado
en esa época. Pero no todo empezó ahí.
Desde muy pequeño mis padres me compraban libros donde leíamos o me contaban por las
noches y que me imaginaba el panorama cuando me acostaba en la cama antes de dormir.
Recuerdo que yo tenía ese ímpetu de saber y en segundo de primaria le pedí prestado a mi
profesor un cuento que se llama Cromañon de Stéphanie Ledu y que me encanto, todos los días
durante una semana lo leía y mi cabeza divagaba entre cuevas y mamuts. Agradezco a mis padres
por fomentarme la lectura, cosa que jamás voy a poder pagarles.
Pero hoy, los jóvenes ya no tienen afinidad por la lectura, no tienen esas ganas de culturalizarse
sobre temas de su interés. No hablo de lecturas revolucionarias como Guerra de Guerrillas del
“Che” Guevara, Guerra Popular de Mao Zedong o como decía Ernesto Sábato, periodista y escritor
argentino: «Los jóvenes universitarios con el Manifiesto Comunista entre el brazo…» Hablo de
lecturas que te hagan ver de diferente forma las cosas. José Emilio Pacheco, Juan Rulfo, Taibo,
Rubén Darío, Cortázar y demás autores que marcaron un antes y después con sus obras. La lectura
es un hábito tan hermoso porque puedes interpretar los pensamientos de los escritores de ese
momento.
Pero no es nuestra culpa, porque también una de las obligaciones del Estado es fomentar la cultura
y las artes, pero claro, es más fácil transmitir 90 minutos de un partido de fútbol que hacer reseñas
de libros clásicos o nuevos, y esto lo digo siendo un televidente de los partidos. En las escuelas las
bibliotecas están vacías porque no hay alguien o algo que te dé el ímpetu de aprender y conocer
nuevas cosas que existen. Al Estado le conviene tenernos en una burbuja en donde ellos son los
intelectuales y a nosotros nos traen a puro “panem et circenses” (pan y circo en latín). Como dijo
alguna vez Simón Bolívar: “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”,
y es cierto, porque estamos cegados por la ignorancia que no nos deja ver más allá de nuestro
conocimiento. El conocimiento no debe tener costo y debe ser libre para todos. Muchas veces es
más caro comprar un libro que hacer una despensa en el estado de Chiapas.
Siempre seremos ignorantes, eso está claro, pero mientras más sepamos, más aprendamos, más
conozcamos, seremos más libres de lo que nos somete y de igual forma, nos emanciparemos de lo
que nos hace mal.
Somos el futuro, lo tenemos en nuestras manos, y estamos a tiempo.
Que bonito es tomar una taza de café mientras lees un libro que te apasiona, es una cosa, difícil de
explicar. El conocimiento debe ser libre. “Para todos, todo” Subcomandante Marcos